sábado, 28 de diciembre de 2013

ARBOL BUENO, ARBOL MALO


Mateo 7:17-20 – “Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que,  por sus frutos los conoceréis.” 

INTRODUCCIÓN

En el contexto inmediato de esta Escritura, el Señor está hablando principalmente de los falsos profetas (ver v. 15). Ellos parecen ser ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Así como Satanás se disfraza de ángel de luz, sus siervos también pueden tener la apariencia externa de ser ministros de justicia (2 Cor. 11:14-15). Por lo tanto, estos falsos profetas pueden ser sumamente engañosos. Parecen ser verdaderos, parecen predicar la justicia, parecen ser de la luz, de la verdad; sin embargo, son impostores en la iglesia. A pesar de que, por fuera, dan la impresión de ser correctos, el Señor nos advierte de que no seamos engañados. Y la forma en que debemos probarlos para no ser engañados es conocerlos “por sus frutos.”


Entonces, si tenemos que reconocer a los falsos profetas y maestros por sus frutos, esto significa que debemos examinar a cada predicador del Evangelio por sus frutos, ya que no podemos saber quiénes son falsos al menos que los examinemos. Esto no contradice el mandamiento del Señor en los versículos 1-5 donde él prohíbe el juzgar de forma hipócrita e injusta. Aunque es malo y pecaminoso juzgar a los demás cuando somos culpables de peores faltas, o juzgar según la “apariencia” con nuestra opinión, con motivos injustos o con criterio equivocado, Jesús nos manda a juzgar con “justo juicio” (Juan 7:24). Debemos usar algún tipo de estándar al juzgar con justicia si queremos examinar los frutos de los predicadores del Evangelio. Y el estándar que usemos para juzgar a otros no debe ser nuestro propio estándar, ni debe ser basado en nuestras propias opiniones; más bien, debe ser el estándar que se encuentra en la Palabra de Dios, y cualquier conclusión que saquemos debe estar de acuerdo con el juicio que la Palabra de Dios ya ha pronunciado sobre tales cosas. De esta manera, estaremos obedeciendo la verdad, juzgando justamente y no con error. Dios es el juez, y mi juicio es verdadero solo cuando está de acuerdo con, y conforme a, el justo juicio de Dios que ya ha sido proclamado en Su infalible Palabra.

Habiendo dicho eso, debemos examinar a cada predicador que escuchemos usando la Palabra de Dios como el estándar. Si no cumplen con los requisitos que se encuentran en ella, son falsos y tienen que ser expuestos por lo que son para prevenir que hagan más daño al rebaño de Dios.

Y mientras que todo esto es cierto, y el contexto principal de esa Escritura es la forma en que podemos reconocer los falsos profetas, creo que hay una aplicación secundaria que se puede hacer, la cual se podría aplicar a todos nosotros en una escala más extensa. Podemos hablar mucho más de los falsos profetas y como reconocerlos, pero por el bien de esta corta exposición por favor permíteme examinar este texto con una perspectiva más amplia que se aplique a todos nosotros. Sacaré ahora algunos puntos de aplicación de este texto, en el contexto de cómo se relaciona a todos los que dicen ser “cristianos”, porque, seamos realistas, los predicadores no son los únicos que necesitan ser probados hoy en día; ya que hay tanta falsa profesión y tanto cristianismo falso, que todos necesitan ser examinados con las pruebas de las Escrituras para saber si verdaderamente son hermanos en Cristo. Y no solo esto, sino que cada uno de nosotros tenemos que examinarnos para asegurarnos que pasemos las pruebas de las Escrituras en cuanto a la fe verdadera y la verdadera comunión con Jesús.


PUNTOS DE APLICACIÓN

1. Se conoce un árbol por su fruto. Es obvio que el Señor está usando lenguaje metafórico. No está interesado en discernir cada árbol literal de un bosque literal, sino en discernir entre cristianos verdaderos y falsos. Cada persona que profesa ser creyente es un árbol en el sentido de que habla las Escrituras. Y cada creyente profesante da algún tipo de fruto, ya sea bueno o malo. Por tanto, así como un falso profeta, la persona que se llama “cristiana” puede ser conocida por el fruto que produce. Por “fruto”, el Señor está hablando de nuestras obras. Entonces, en el sentido general, normalmente podemos determinar quién es un cristiano genuino y quién es uno falso al examinar el fruto del creyente profesante contra la Palabra de Dios, por las cosas que hacen, por las obras que se manifiestan en sus vidas. No siempre se puede hacer esto, porque hasta cierto grado las cizañas (falsos creyentes) en la iglesia muchas veces se parecen mucho al trigo (verdaderos creyentes), y Dios nos ordena a dejarlos crecer juntos pues no sea que arranquemos y dañemos a un grano bueno de trigo (Mat. 13:29-30). Pero al mismo tiempo, cuando el fruto sea manifiesto y obvio, debe ser discernido y debemos tratar el malo debidamente, conforme a las Escrituras (1 Cor. 5:12-13). El fracaso completo de la mayoría de la iglesia profesante con respecto a esto ha resultado en multitudes de cizañas, muchas más cantidades de ellas que de trigo, y esto ha destruido el testimonio que se supone que la iglesia debe tener en el mundo.

Noten que un árbol no es conocido por la plenitud de sus hojas, sino por sus frutos. Un árbol puede parecer sano por fuera, lleno de ramas gruesas y muchas hojas coloradas, y sin embargo dar malos frutos, mostrando que es un árbol malo a pesar de su apariencia. Lo que quiero decir con esto es que un supuesto cristiano puede profesar larga y ruidosamente que cree en Cristo, e incluso presentar muchas evidencias exuberantes con el intento de tratar de respaldar su profesión de fe. Pero si está dando malos frutos, entonces tiene que ser un árbol malo. El hecho que diga que sea un cristiano que ama a Jesús no cambiará la realidad de que es un árbol malo y un creyente falso. El fruto es la evidencia. Debemos recordar que el Señor mismo dijo esto en unos cuantos versículos después de nuestro texto, en Mateo 7:21-23:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”

Evidentemente, una profesión de fe, aún siendo combinada con “muchos milagros”,  no significa nada ante Dios si la persona está practicando la iniquidad. Entonces si alguien dice ser cristiano y hace muchas obras maravillosas, pero vive un estilo de vida que habitualmente practica el pecado, produciendo el mal fruto de hacer continuamente lo que es perverso a los ojos de Dios, entonces no significa nada cuando dice que ama a Jesús. Eso no lo salvará. Tiene una fe espuria; no es la verdadera, aquella fe que justifica al pueblo de Dios, e inevitablemente resulta en un estilo de vida de santidad y justicia habitual (Rom. 6:16-19).

2. El árbol produce el fruto; el fruto no produce el árbol. El fruto no determina qué clase de árbol un cierto árbol será. Más bien, el fruto sirve para identificar el tipo de árbol que es a las personas de afuera. En realidad, es la naturaleza del árbol la que produce el fruto.

Es importante saber esto porque si no lo entendemos así, intentaremos solucionar el problema de una forma equivocada. Por ejemplo, si un pecador reconoce que su vida está llena de pecados horribles, y sabe que tiene que ponerse a cuentas con Dios y dejar tal vida pecaminosa, sería una necedad que intente tratar primero con sus pecados. Si levanta el hacha contra las ramas de todos los frutos de pecado en su árbol, y las corta y destruye, podrá experimentar un cierto grado de victoria por un tiempo, y posiblemente aun jactarse de lo que sus propias manos han logrado. Pero estará muy decepcionado cuando, en poco tiempo, los frutos empiecen a crecer de nuevo. Él puede tratar constantemente con esos frutos, pero continuarán creciendo. Por tanto, un pecador no puede dejar de vivir un estilo de vida pecaminoso por tratar con su pecado y resistirlo. Necesita haber una obra más profunda en su vida.

El pecador necesita reconocer que no es un pecador porque peca; él peca porque es un pecador. El problema verdadero no son las manifestaciones del pecado en su vida. El problema verdadero es su corazón malo y perverso, de donde salen todos estos pecados (Marcos 7:20-23). No aprovechará mucho usar el hacha para cortar solo los frutos. Necesita ser puesta a la raíz del árbol. El pecador necesita confesar ante Dios que está totalmente perdido y necesita dejar que Dios haga una obra profunda en su corazón, permitiendo que el Espíritu Santo destruya el dominio del pecado en su mismo trono donde reina: el corazón. Cuando el corazón haya sido purificado por fe (Hechos 15:9) a través del Evangelio por un poder real y sobrenatural obrando en él, el amor para los deleites pecaminosos será dominado y remplazado con un amor para las cosas santas. El viejo árbol del amor al pecado necesita ser cortado, y el poder sobrenatural del Creador necesita crear un nuevo árbol, un nuevo corazón que ama y desea todo lo que es santo y puro. Entonces, y solo entonces, dejará el fruto corrupto de manifestarse exteriormente.

De la misma manera, un árbol bueno no es bueno por su fruto. La razón que el fruto es bueno es porque el árbol mismo lo es. Esto significa que un cristiano no es salvado por sus propias obras, no importa cuán bueno sea. Más bien, él es salvo solo por gracia por medio de solo la fe en Cristo solamente; y como resultado, glorifica a Dios a través de los buenos frutos que Dios produce en él. Primero, viene la salvación solo por gracia (Ef.2:8-9) y después vienen los frutos buenos y esenciales de obras que glorifican a Dios y demuestran que la gracia realmente ha salvado (Ef.2:10). Este orden no puede ser revertido; es imposible. Cualquier intento de hacerlo y poner las obras antes de la salvación por gracia resultará en la herejía y promoverá la auto-justicia, que para nada es buena, sino amontona pecado encima de pecado (Isa. 30:1). No, los buenos frutos son resultados de Dios obrando a través de la naturaleza de los santos. 

3. Un árbol malo no puede dar frutos buenos. Noten que Jesús no dijo que un árbol malo solo a veces puede dar frutos buenos, él dijo que nunca lo puede hacer. El significado sencillo de la analogía demuestra que es imposible que un árbol corrupto por naturaleza produzca algo que no es corrupto, mucho menos algo bueno.

Por tanto, un pecador que no ha sido justificado por la fe en Jesús, que no ha nacido de nuevo, cuyo corazón no ha sido regenerado por el Espíritu de Dios por una obra de gracia, no puede hacer nada que sea bueno y agrade a Dios. Cada fruto y obra que produce es corrupta, saliendo de un corazón depravado y oscuro. Todo lo que hace nace de motivos impuros que no son aceptables a Dios. Ninguna de sus acciones fluyen de un corazón de fe verdadera en Cristo, y todo lo que no se hace en fe es pecado, aún si es algo inocente (Rom.14:23). Nada de lo que hace fluye de un verdadero amor al Señor Jesucristo, y por lo tanto hay un “anatema” pronunciada sobre él; y por consiguiente, ya que el hombre está maldito, todo lo que hace también lo está (1 Cor. 16:22). Todavía está bajo la maldición de la Ley porque no le ha rendido a Dios perfecta obediencia como debe ser (Gál. 3:10), y todavía está bajo la misma ira de Dios (Juan 3:36). Es una persona impura (Isa. 64:6), y cualquier ser impuro que intenta a acercarse a Dios y tener Su favor solo se dará cuenta que Su ira es la única cosa que le espera. Es un esclavo al pecado y por esto está libre en cuanto a la justicia (Rom. 6:20). No hay favor para tal pecador; nunca ha sido creado de nuevo por la gracia transformadora de Dios, y nada que haga puede hacerle obtener Su favor. Es imposible que esta persona cambie su propia naturaleza en su propia fuerza y produzca frutos que sean aceptables ante Dios.

“Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:12).

Que esto quede claro una vez por todas. Ha sido atribuido erróneamente a una doctrina del “Calvinismo” por demasiado tiempo. Esta no es una doctrina que el hombre inventó cientos de años atrás; es una doctrina de la Palabra de Dios. El hombre es por naturaleza un hijo de ira, una criatura depravada, una cosa maldita, sucia, y libre en cuanto a la verdadera justicia. Así lo describe la Palabra de Dios. Nada que pueda hacer podrá agradar a Dios. No hay ni un solo ser humano no regenerado en este mundo que hace el bien. ¡No, NI SIQUIERA UNO! La gracia soberana tiene que regenerar su corazón y convertirle en una criatura nueva, creada en la imagen de Dios, impartiéndole fe para creer en lo más profundo de su alma que podrá ver a Cristo y ser salvo; y después de ser convertido ciertamente producirá buenos frutos.


4. Un árbol bueno no puede dar malos frutos. Esto es sumamente obvio. Un árbol bueno dará continuamente lo que es bueno. Un cristiano verdadero continuará produciendo buenas obras y frutos que glorifiquen a Dios. El fruto es bueno porque sale de la naturaleza del mismo árbol bueno. Un creyente que tiene el Espíritu Santo morando en él producirá, de lo más profundo de sí, obras que honran a Dios. Esta es la práctica habitual de un verdadero hijo de Dios. Sin embargo, debemos recordar que un árbol bueno no siempre produce frutos perfectos. Aunque la mayoría de lo que produzca será bueno, de vez en cuando habrá algunos frutos con defectos, lejos de ser perfectos. De hecho, si el fruto fuere examinado detenidamente, se encontraría que aún los mejores frutos tienen defectos. Por consiguiente, el fruto del árbol está lleno de muchos defectos. Pero aunque tenga defectos, todavía sería bueno para consumir, y para ser repartido, porque por lo general es un fruto delicioso, bueno para todos, agradable a los ojos de Dios.

Es tan triste ver que algunos ignoran este hecho obvio y a menudo usan este pasaje erróneamente para tratar de probar la falsa doctrina de la perfección sin pecado. Sin embargo, la Palabra de Dios enseña, en una forma sencillamente clara, que los creyentes si pueden tropezar y caer en el pecado, y que todavía tienen que luchar contra una naturaleza pecaminosa (Gál. 5:17). El Señor mismo enseñó a sus discípulos a orar diciendo: “Perdona nuestras deudas...” Igualmente los enseñó a orar “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Por medio de esta oración diaria él mostró la necesidad que cada creyente tiene de caminar constantemente en un estado de arrepentimiento ante Dios; no de una confesión continua como un requisito para una justificación repetida, como algunos piensan (porque la justificación es una vez por todas), sino un fruto de tener el Espíritu Santo viviendo en el corazón. Cuando un hombre tiene el Espíritu Santo, se contristará por su propio pecado, y será humillado por ello. Admitirá su pecado ante Dios y continuamente clamará por gracia para vencer. Entonces, si un creyente reconoce sus fallas y pecados y los aborrece, y los confiesa ante Dios con un corazón que anhela la perfecta pureza, esto es una señal de la gracia que salva, de la verdadera salvación. Cualquiera que dice que nunca peca y que vive en un estado de perfección sin pecado solo se engaña, y la verdad no está en él (1 Juan 1:8). Y mientras que esto sea cierto, también es cierto que un verdadero cristiano no estará en un estado de esclavitud perpetua al pecado que permanece en su carne caída; caminará habitualmente en el Espíritu, teniendo dominio propio, y viviendo en un estilo de vida de santidad.

Entonces, ¿qué quiere decir Jesús con estas palabras? Deben ser entendidas en su contexto. Creo que él nos explica precisamente qué son estos “malos frutos” que un árbol bueno no puede dar: en Mateo 7:23 (ya citado), el Señor dice que los malos frutos son “obras de maldad”.

La palabra griega para “hacedores” es una que denota una acción constante, en otras palabras, una práctica. Es un término que significa un hábito, e “iniquidad” significa “sin ley”. (Y por tanto la versión New King James, en inglés, traduce las palabras del Señor como: “ustedes que practican la iniquidad.”) Esto describe a alguien que vive como si pudiera pecar sin tener que enfrentar consecuencias eternas. Viven en pecado. Pecan y sus corazones no se quebrantan por ello. Siguen pecando y pecando y no han llegado al verdadero arrepentimiento y a una renuncia del pecado en lo más profundo de sus corazones por medio de fe en Cristo.

Entonces, mientras que un creyente no estará sin pecado ni perfecto en santidad en la carne, por cierto que no mantendrá un estilo de vida de disfrutar el pecado continua e intencionalmente. “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22). El árbol bueno no puede producir los frutos corruptos de vivir en perpetua carnalidad y pecado, ya que la naturaleza divina vive en él (1 Juan 3:9). El mismo Espíritu de Dios en su corazón no le permitirá practicar el pecado. Por eso, si una persona afirma ser un cristiano pero practica la iniquidad, no es un árbol bueno, es un árbol malo, y el Señor nos explica lo que sucederá a tal persona:


5. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Esto es sin excepción. Dios no pasará por alto a los frutos malos. Él quitará a todos ellos de Su Reino. Aquellos que practican y se deleitan continuamente en el pecado tendrán que enfrentar un día aterrador cuando el hacha de la justicia de Dios será afilada y blandida por la mano poderosa de la omnipotencia, y aquellos árboles serán echados al fuego para ser quemados para siempre. Sufrirán “el castigo del fuego eterno” (Judas 1:7). ¡O, que cosa tan horrenda! ¡O, cómo el hombre debe temblar ante Dios! Como Jesús lo dijo: “Temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). 

Pero sigamos un poco más. Note que el texto no dice: “Todo árbol que da malos frutos…” Sino dice: “Todo árbol que no da buen fruto…” Esto va aun más allá. No solo los árboles que dan malos frutos serán cortados y quemados, pero también cada árbol que no da buenos frutos. Un árbol puede parecer bueno de lejos, y quizás no haya ningún fruto malo visible en él. Sin embargo, si hay una ausencia de buenos frutos, todavía es un árbol malo. Una persona puede pensar que es salva, puede vivir lo que parezca ser una vida moralmente sin mancha en los ojos del hombre, pero si no produce los buenos frutos de santidad, justicia, verdad, pureza, amor, fe, esperanza, paz, etc., así como el Espíritu Santo da a Su pueblo, esa persona también será cortada y quemada. Entonces aquí vemos la necesidad no solo para la ausencia de pecados intencionales, pero también para la evidencia positiva: la justicia y santidad, que son las evidencias  de nuestra confesión de fe. La fe sin obras está muerta (San. 2:17). 


6. Un árbol malo no puede convertirse en un árbol bueno sin el poder sobrenatural y creador de Dios.
 No es posible que un árbol malo cambie su propia naturaleza y se transforme en algo que de Buenos frutos. Simplemente no puede suceder por medios naturales. Tiene que haber algo sobrenatural; un milagro tiene que ocurrir. Debe haber una nueva creación (2 Cor. 5:17). El Dios que creó el mundo y de la nada lo llamó a existencia tiene que ser la persona que milagrosamente cambia el corazón del hombre, destruye las raíces de la naturaleza pecaminosa que continuamente anhela el pecado y que crea un nuevo árbol que dará frutos buenos. Se necesita Su poder creador, y este poder se manifiesta gloriosamente en la obra de la redención; y más específicamente, en la obra de la regeneración. El nuevo nacimiento es una obra milagrosa del Espíritu de Dios donde él crea en el hombre una nueva naturaleza que resulta en una nueva persona que tiene la habilidad de producir buenos frutos. Aparte de esta obra creadora, un árbol malo no puede producir buenos frutos.


7. Aquellos que reconocen que son árboles malos necesitan ser creados de nuevo en la imagen de Dios. La condenación ha pasado a todo hombre, porque todos han pecado (Rom. 5:12). Cada hombre es un árbol corrupto y condenado por naturaleza. Y solo aquellos que son creados de nuevo y transformados en árboles nuevos heredarán el Reino de Dios. Necesita haber una obra de gracia en los corazones de los que están viviendo en pecado; una obra que cambie sus corazones, los limpie de sus pecados, y les dé una nueva naturaleza para obedecer a Cristo. Sino, morirán en sus pecados. Necesitan nacer de Nuevo (Juan 3:3).


CONCLUSIÓN 

Estimada alma, le preguntaré ahora: ¿Serás un árbol bueno o un árbol malo? No escuche su profesión de fe, más bien permita que los frutos lo demuestren. Examínese honestamente y vea si las cosas que usted está haciendo nacen del simiente divino de Dios en su corazón, resultando en una vida santa y piadosa, o si nacen de un corazón malo de incredulidad que resulta en practicar el pecado y la iniquidad. Y si usted sabe que ha sido transformado a una nueva criatura, y el fruto de su vida lo demuestra sin duda alguna, entonces regocíjese y reciba la seguridad de fe por medio de estas palabras del Señor Jesús. Pero si usted ve que no ha sido transformado a una nueva criatura, entonces tema; tema a Dios con todo su corazón, humíllese ante él, renuncie su pecado, arrepiéntase de sus propios caminos, deje sus obras perversas y acuda solo a Cristo en una fe viva, confiando con todo el corazón que él le puede salvar. Clama a él para que comience esta obra de gracia en usted. Invoca al nombre del Señor en desesperación y en una fe simple, confiando en Sus promesas de que puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios. El tiempo de ser convertido es ahora, antes que el gran Señor de la cosecha regrese con un hacha en Su mano. “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mat. 3:10).

Escrito por: Josef Urban
fuente: www.cristianismobiblico.com

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